Luego de escuchar, ver y leer testimonios de todo tipo, tanto de protagonistas como de lectores, es momento de mi propia opinión (totalmente subjetiva) en relación a la visita que hice en Tierra del Fuego para conocer al famoso y controvertido “Polo Tecnológico” que se está impulsando a través de distintas políticas, de la cual la más resonante es sin dudas la restricción a las importaciones.
Definitivamente el contexto es muy diferente al de aquel polo tecnológico que conocimos en los 80´s (al menos para los que ya superemos las tres décadas), con marcas como Aurora Grundig a la cabeza. Hay una realidad global que ha cambiado las “reglas del juego”, y una generación de consumidores que, con justa razón, perdió el sentido de lo que significa el producir nacional (más allá de la discusión “fabricación vs. ensamblaje”, de la cual ya se habló demasiado).
El punto es que venimos de varios años donde se instaló la idea de que en nuestro país es imposible producir productos tecnológicos de calidad, y que a lo único que nos podemos remitir es a la explotación de la tierra. Años en los que un ministro de economía mandaba a nuestros científicos “a lavar los platos”, y donde lo “top” era ir a Miami a pedir “deme dos” de cualquier cosa… hasta un abrelatas eléctrico.
Durante esos años, desde plantas avícolas hasta empresas productoras de tecnología cerraban sus puertas y mandaban a sus empleados (de todos los rangos) a subsistir con emprendimientos propios (desde kioscos hasta remises), que poco tenían que ver con lo que habían estudiado. ¿El motivo? La entrada totalmente desregularizada de lo importado, o la compra de industrias por parte de firmas extranjeras con el sólo propósito de cerrarlas y eliminar cualquier competencia para el producto que venía ya embalado de Brasil, por ejemplo.
Con el tiempo nos fuimos acostumbrando, y mientras tuviéramos dinero en el bolsillo para comprarnos el “chiche” de última generación, el resto no importaba. Así, se construyó un país en base a inversiones sustentadas por simples papeles que se depositaban en los bancos. Papeles que, cuando en el 2001 se fueron tan fácilmente como entraron, nos dejaron sumergidos en una de las crisis más dramáticas que recuerde nuestra sociedad.
Eso sí, quienes tiempo después supieron especular con el dólar comprado a 1 peso y vendido a 4, pudieron traerse la última Macbook para mirar cómodamente desde su ventana cómo afuera se intercambiaban piedrazos y gases lacrimógenos, con la tranquilidad de que el aire acondicionado General Electric protegería a la habitación de cualquier rastro de esa “locura callejera”.
Habiendo pasado y analizado, desde un punto de vista meramente ciudadando, lo que ocurrió durante la década de los 90´s, algo me queda claro: es mucho más difícil “llevarse” una industria con toda su maquinaria que un papel en el banco. No es imposible, pero sí más difícil.
Personalmente, prefiero a un RIM o Sony Ericsson, por nombrar sólo ejemplos, invirtiendo 12 millones de dólares en una línea de producción, de la índole que fuese, a que pongan ese dinero en un plazo fijo.
Leí alguno comentarios quejándose de que las empresas tecnológicas del sur benefician a “apenas” unas 2.000 familias (en realidad son muchas más). Y me pregunto… ¿a cuántas familias beneficia el dinero que pueda poner una empresa en un banco privado radicado en la Argentina, para obtener réditos de sus intereses? Y sino, pregunten en Europa, que por estos tiempos algo saben del tema.
Ahora bien. ¿Es sencillo recuperar o, si quieren ir más lejos, lograr un polo tecnológico de renombre mundial? Desde lo humano sí. El que diga que no hay valuartes en la argentina como para poner al frente de una empresa de desarrollo de tecnología, se equivoca. Recorran simplemente las UTN y charlen con cualquiera de los alumnos que sientan pasión y pongan actitud en lo que hacen. Pidan que les muestren sus proyectos, y asegúrenme que no hay en la argentina un joven capaz de convertirse en un pionero de la tecnología mundial. Los hubo y los hay. Los que habían, se fueron a otros países. Nuestro desafío es retener a los que hay.
No es sencillo desde lo estructural. La inversión es apenas el primer paso. Hay que hacer esto sustentable en el tiempo, redituable y, principalmente, con estándares de calidad “de primer mundo”.
¿Quiénes pueden lograr eso? Todos. Cualquiera que esté leyendo este artículo. Desde el político que tiene en su poder la posibilidad de darle a estos proyectos la continuidad y el sostén necesario; hasta los funcionarios que se encarguen de asegurarse que las inversiones, los sueldos, el abastecimiento, la calidad de los productos, y la capacitación a la mano de obra estén a la altura de las circunstancias.
Pero no se crean que se “quedan afuera” de esto. El “sacrificio” es de todos. Es imposible pretender de un día para el otro una industria nacional equiparable a la coreana, la japonesa o la china; que lograron el prestigio que hoy tienen luego de décadas de producción y perfeccionamiento. ¿Cómo se sustenta esto? Simplemente apoyando a los emprendedores. Y eso no significa perder el sentido crítico respecto al producto final, pero sí tomando conciencia de que si lo primero que hacemos es boicotear lo local (incluso desde un comentario), nada es sustentable.
Respecto a las Licencias No Automáticas (LNA), tengo mis reparos. Yo habría preferido una limitación escalonada. Pero leyendo comentarios del tipo “no me importa dónde se fabrique. Yo compro al que me ofrezca más barato“, me quedan mis serias dudas si hay otro método que garantice la sustentabilidad de la producción nacional en esta etapa inicial. Como dije anteriormente, hemos destruido el concepto de “defensa de lo nacional”, para crear una sociedad mayormente individualista, que sólo piensa en beneficios particulares y no sociales.
Cierro con un pequeño repaso histórico, muy simplificado, relacionado tanto a este tema como a a uno de los feriados que uno disfruta y a veces no sabe por qué. El 20 de noviembre se conmemora la Batalla de la Vuelta de Obligado, un hecho ocurrido bajo el segundo mandato de Juan Manuel de Rosas como gobernador de Buenos Aires.
En medio de un difícil proceso de transición, luego de la declaración de la independencia, pero antes de la aprobación de la Constitución Nacional (puntualmente 1845), teníamos a ingleses y franceses “acosando” nuestras tierras con sus modernas flotas (algunas ya funcionaban a vapor, lo que les permitía navegar río arriba).
Para variar, el eje del conflicto por entonces era aduanero (más allá de excusas oficiales, los problemas de la argentina siempre giraron en torno al puerto y la aduana). Rosas, que no tenía problemas en entablar relaciones exteriores con los extranjeros, sí estaba en contra de que “coparan” nuestro territorio. Por el contrario, Francia e Inglaterra (dos superpotencias para la época) tenían entre ceja y ceja el remontar el río Paraná para vender sus productos importados en todo el litoral, llegando incluso hasta el Paraguay.
Considerando Rosas a esto como un “atropello” a la soberanía nacional, Rosas puso a Lucio Norberto Mansilla a cargo de un ejército responsable de impedir el avance de la flota río arriba. Fue entonces que se instalaron, en las barrancosas costas del Paraná, con 1 buque de guerra, 4 baterías de 30 cañones, una serie de barcazas que cruzaron una cadena de costa a costa para cerrar el paso, y 2.000 soldados; frente a 22 buques de guerra, 418 cañones y 880 soldados extranjeros.
Las primeras bajas locales fueron casi al instante: 25 hombres muertos al grito de “¡Viva la patria!” y mientras se cantaba el Himno Nacional. Se batalló hasta que literalmente no quedó más munición, con unos 200 muertos y más de 400 heridos por el bando argentino; y 30 a 40 muertos y unos 150 heridos por el anglo-francés.
Finalmente las cadenas se cortaron y la flota prosiguió su marcha río arriba. Fue una batalla ganada desde lo militar, pero perdida rotundamente desde lo estratégico. Las ventas de mercadería fueron casi nulas. Algunos historiadores lo atribuyen a la pobreza que atravesaban las zonas de Corrientes y el Paraguay; aunque muchos no dudan en afirmar que hubo también un acto de solidaridad de los pueblos costeros para con la campaña de Rosas y sus creencias respecto a la defensa de lo nacional.
En 1845, unos 200 argentinos morían defendiendo la producción nacional frente a lo que consideraban un intento de “copar el estado“. Hoy, 166 años después, ¿estarías dispuesto a cambiar tu iPad 2 por una tablet nacional, si eso sirviera para incentivar la creación de un polo tecnológico local?
Andrés Fiorotto
@andresfiorotto