En nuestra entrega anterior, vimos cómo era el largo viaje de una tablet desde China hasta nuestras manos. Ahora, nos volvimos a poner el traje de los hermanos Grimm para contarles la historia de tres gadgets que quisieron entrar en la Argentina. Pero las Licencias no Automáticas (LNA) no le iban a facilitar esa tarea.
Hace mucho, mucho tiempo (tres meses, aproximadamente), en un país muy, pero muy lejano (China, para ser precisos), tres amigos gadgets se disponían a viajar hacia la Argentina. Eran una tablet, un smartphone y un monitor de LCD que querían cambiar de aire, viajar hacia la nueva tierra de oportunidades que suponía el desconocido país austral.
Fue un periplo muy pero muy largo, hasta que llegaron a la Aduana. Luego de pasar por algunas trabas e impuestos, se dieron una vueltita por el freeshop. “Tengo frío“, dijo el smartphone, y se compró una hermosa funda de silicona rosa con estrellitas, bien entallada al cuerpo (sí, aunque le decimos “el celular”, es nena).
Siguieron el sendero de las lozas amarillas para salir de la Aduana, hasta que llegaron las malvadas LNA que querían evitarlo. Y primero vieron al monitor, obviamente por su tamaño. Soplaron y soplaron muy fuerte para derribarlo. Y le gritaron: “Estarán comprendidos los monitores de gama media y baja…“. El monitor, asustado, se dio vuelta, en un raudo movimiento en “U” para escabullirse de las LNA.
Pero, en realidad, les mostró su espalda, donde tenía dos conectores: uno HDMI y otro DVI. “Soy de gama alta, no me molestes“, retrucó, indignado. Y salió corriendo, riéndose de su propia suerte, de ser un simple monitor de 22”, igual que su hermano mayor, un viejo 19 pulgadas sin salida de alta definición.
De repente, las fieras comenzaron a enojarse. Buscando por cada rincón, las LNA encontraron a la tablet, que se estaba actualizando la versión de Android para poder correr Angry Birds. “Estoy muy aburrida, necesito tirar pajaritos y matar chanchitos“, se ufanó.
Las LNA no dudaron un segundo en atacarla. Soplaron y soplaron, cada vez más fuerte, para derribarla. “Ven aquí, máquina automática para tratamiento o procesamiento de datos, de peso inferior a 3,5 kg y pantalla superior a 140 cm2 e inferior a 560 cm2“, le advirtieron, subiendo el tono amenazador de sus voces.
La Tablet se dio por aludida, ejecutó la app SmartRuler e hizo la cuenta con la calculadora. “Tengo una pantalla de 420 cm2“, confesó, y luego remató, ante la decepción de las malvadas brujas que querían atraparla: “No tengo teclado alfanumérico de por lo menos 70 teclas“.
Entonces, comenzó a correr y correr. Debió parar en una esquina, porque como su pantalla era resistiva y de baja calidad, reflejaba demasiado el sol y entonces una mujer la tomó en sus brazos como un espejo, para poder arreglarse el maquillaje.
Por último, quedó el celular. Las LNA soplaron y soplaron. La actitud amenazante de las malvadas iba creciendo, no se les podía escapar de las manos. “¡Alto! aparato receptor de radiotelefonía, radiotelegrafía o radiodifusión, incluso combinados en la misma envoltura con grabador o reproductor de sonido o con reloj“, alertaron.
El celular le mostró su salida HDMI, como su amigo el monitor. Pero la malvada LNA hizo caso omiso a semejante acto. “No tengo teclado físico y mi pantalla es pequeña“, insistió sin resultados. “Soy de alta gama, tengo video HD y micro de 1 GHz“, agregó, sin conformar a las fieras, que no dudaron en detenerla.
“Mi marca, ejem, mi nombre es Helena Tamara Cuevas“, indicó. “Pero me llaman Desiré“, agregó ante el pedido de un alias. Y luego de llenar algunos formularios, le indicaron: “Va a tener que acompañarnos“. Dos fuertes hombres la escoltaron hasta un container perdido en la inmensidad de la Aduana.
Desde entonces, la pobre está esperando la salida del contenedor. Le dijeron que sólo serían 180 días. “Es demasiado tiempo, quedaré obsoleta“, pensó. Hasta que conoció a otro celular, quien le dijo, con un dejo de tristeza: “Yo te haré compañía por mucho tiempo, mi modelo ya se hace en Tierra del Fuego“.
¡Y colorín colorado, este cuento ha terminado!